La alimentación en el deporte está siendo cuestionada porque se detectan en los deportistas una prevalencia de trastornos del comportamiento alimentario superior a la hallada en la población general. Este trastorno se incrementa en algunas especialidades deportivas: gimnasia, patinaje, ballet, atletismo, danza, remo, etc… Muchos deportistas de élite sufren irregularidades y disfunciones alimentarias de gravedad.
En 1987 el Comité Olímpico estadounidense determinó que el nivel de grasa corporal necesario para un funcionamiento saludable era del 14% – 16% para los varones y del 20% – 22% para las mujeres.
En cambio, los atletas masculinos se esfuerzan en conseguir un porcentaje de grasa corporal entre el 5% y el 7% y las atletas entre el 7% y 9% lo que conllevará graves consecuencias para su desarrollo. Una de la más comunes entre las mujeres es la amenorrea (falta del período menstrual durante al menos 3 meses consecutivos).
Los hábitos alimentarios correctos son fundamentales para el rendimiento deportivo, sin embargo existe una gran presión por parte de los entrenadores para mantener un peso bajo y un porcentaje de grasa corporal inferior al recomendado.
Es verdad que una pérdida inicial de peso produce una mejor marca, lo que supone una gran motivación para los atletas. Pero existe un punto a partir del cual la reducción de peso tiene efectos negativos para la salud y el rendimiento del deportista. El cuerpo no recibe la cantidad suficiente de nutrientes, como consecuencia de esto, se produce una fatiga constante y las lesiones tardan más en recuperarse.
Aunque el deporte es una actividad física muy saludable, el alto índice de trastornos alimentarios entre los deportistas de élite, hace que nos replanteemos un análisis serio sobre la competitividad excesiva dentro del deporte profesional.
Lucía Prendes. Licenciada en psicología.